La Intimidad del Espectáculo – Paula Sibilia



LA INTIMIDAD COMO ESPECTÁCULO[1]

Paula Sibilia

Yo Visible y el Eclipse de la Interioridad

Cuando caen los muros que separaban la vida pública y privada el viejo homo psychologicus de la era industrial muta, y acompañando las profundas transformaciones sociales, económicas y culturales del cambio de siglo se produce un cambio de eje la subjetividad, e incluso se pone en duda la llamada vida interior, hoy es la visibilidad y la apariencia los valores que dominan la construcción de cada sujeto, una verdadera tiranía de la absoluta visibilidad.

Hay un movimiento que transporta al yo desde el interior al exterior, del alma a la piel, de la habitación a la pantalla, porque las formas de la subjetividad se expresan en un contexto cultural, y ese contexto cultural hoy es nuevo.

Michel Foucault observó que en la antigüedad griega el sujeto habitaba en lo público, y no había nada que supusiera interioridad, por eso las prácticas sexuales de la época no se daban en el espacio de la intimidad, y será luego el discurso de lo religioso el que va a ir derivando la acción hacia el interior, donde reside la verdad y el contacto con dios y el pasaje a la trascendencia. Esta visión del sujeto radicado en el interior es la que replicará luego la modernidad.

Las posiciones de San Tomás son retomadas en el Renacimiento, y será Descartes con su célebre frase “pienso, luego existo”, el que reafirmará la posición interior de la verdad humana y del sí mismo, y desplazará a Dios del interior para colocar al sujeto moderno.

En ese proceso se fue creando la interioridad como un lugar misterioso pero enriquecedor que se encontrada dentro de cada uno, y esa subjetividad es la que se revela en los textos de los diarios íntimos escritos en los hogares burgueses del siglo XIX y XX resguardados del mundo exterior, sumado a la lectura silenciosa de un individuo aislado solo en contacto consigo mismo.

El mundo industrial transformó en profundidad al mundo y también al sujeto moderno y sus modos de percibir la realidad. Un mundo exterior efervescente y complejo que también aturdía en sus estímulos marcando los límites de lo público y lo privado, ese mundo público era muy atractivo pero para estar en él pero se requerían máscaras que luego se quitaban en el mundo privado, que era el lugar donde residía la verdad

En este proceso aparece el psicoanálisis como una nueva forma de la confesión medieval y al mismo tiempo la sexualidad como una invención de los tiempos modernos y la sexualidad de los individuos se transformó en un factor interiorizado profundamente que revela alguna profundad verdad de cada sujeto.

Hoy nuevas transformaciones del mundo impactan en el hombre y su privacidad que se quiebra a favor de la visibilidad y de la subjetividad introdirigida a la subjetividad alterdirigida.

Hoy el “quién soy” no radica en la profundidad sino en la exterioridad, los dispositivos actuales de poder las vivencias externas y la emocionalidad, la experiencia de disfrutar el ahora. Si alguien no está satisfecho con su actuar, con su conducta y su hacer, con su viaje existencial, debería transformarse, cambiar y pasar a ser otro.

Si en la vieja cultura de lo psicológico y la interioridad el conflicto interior se veía como una dislocación entre el mundo individual profundo, su represión y las convenciones sociales, en el mundo actual de la espectacularidad y las emociones el malestar se ubica en la exterioridad y el hacer físico, y las soluciones ya no se sitúan en la introspección sino en la transformación exterior.

En definitiva el yo no se estructura ahora en base a la interioridad sino en torno al cuerpo, la superficie y la imagen visible.

En el cuerpo se exhibe la personalidad de cada uno y esa exhibición se da en múltiples pantallas que van construyendo de manera alterdirigida la identidad. Vivimos una cultura de la visibilidad, la exhibición y el espectáculo, el sentido ya no es necesario buscarlo dentro de uno. La tendencia es la performance, el ser visto, reconocido por los ojos ajenos. En la sociedad del espectáculo aquello que no es visto no existe.

Yo Actual y la Subjetividad Instantánea

Exhibición de la intimidad y espectacularización de la personalidad son dos caras de la misma moneda, abandonando el sitio interno y viajando hacia la mayor exteriorización del yo. Ni nuestro pasado ni nuestra interioridad parecen definirnos.

El presente perpetuo de nuestra cultura, la destemporalización, la interrupción del flujo temporal desde el pasado hacia el futuro, hace que este último desaparezca del horizonte, se pretende la permanencia de lo que es, sumado a un mero perfeccionamiento técnico.

Paradójicamente este momento ahistórico convive con una pretensión permanente de mantener la Memoria, la propia memoria que permita estructurar la propia construcción de la identidad, ejercitando una verdadera “arqueología del yo”.

Será Freud el que elabore una teoría en base a las dos formas de practicar esa arqueología, utilizando la metáfora de la arqueología de Roma y de Pompeya. Roma es la ciudad del pasado en ruinas, que conserva los pedazos del pasado y que en base a ellos, dispersos y fragmentados, es posible reconstruir la propia identidad. Roma es también la imposibilidad de conservar el pasado intacto, todo en su lugar, por el contrario, capas de pasado se suman una sobre otra.

En contraste con Roma la metáfora de Pompeya, esa ciudad romana que fue cubierta de lava petrificada por la erupción del volcán Vesubio, es la fijación del pasado en un momento eterno, congelado, un recuerdo fotográfico intacto, siempre igual.

Para Freud la psiquis navega entre ambas temporalidades, la de las capas infinitas y las de un instante perenne. De un lado una sucesión de pasado, Roma, del otro un pasado en un solo plano, Pompeya. Nunca es posible acceder a ambos formatos, o uno o el otro. La duración o el instante.

De alguna manera Borges resume este fenómeno “Lo que mis ojos vieron fue simultáneo, lo que describiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”.

Pero hoy parece superada la idea de la arqueología, porque hoy predominan las imágenes de la fotografía o el cine. Hoy es posible rebobinar la propia vida, congelar, adelantar, ralentizar, cortar, mejorar, acercar o alejar.

No hay que perder de vista que el tiempo es una categoría socio-cultural.

Vivimos en un tiempo en el que el pasado parece haber desaparecido como causa del sentido del presente, si es que todavía existe tal cosa como la búsqueda de sentido. Hoy predomina la idea de que lo que pasó ya no es, y aumenta la idea en nuestro siglo de que todo comienza de manera absoluta. La Historia perdió importancia, ya no parece explicar el presente. Ha dejado de ser esa Roma lineal y sucesiva de capas de pasado y se acerca a la visión de muchas Pompeyas instantáneas y petrificadas.

Hasta los relojes han dejado de mostrarnos el tiempo, aquellos analógicos alimentaban de forma geométrica el paso del tiempo al compás del tictac perdiendo sus espacios, al digitalizarse el tiempo simplemente fluye. La lógica de lo instantáneo ha hecho estallar la acumulación y la duración. El reloj ya no marca tiempos sociales y productivos porque todo fluye sin regimentarse.

Al vivir en el instante se privilegia la vivencia y desaparece la idea del sentido. No vivimos la temporalidad de Roma, en esa ambición teleológica, sino el tiempo petrificado de Pompeya.

En este marco temporal la instrospección en uno mismo y la retroproyección en el propio pasado se vuelve impracticable.

La memoria es una práctica que sucede en la duración, y como sucede con Roma la memoria puede traer a la conciencia todo aquello que hubiera sucedido en el pasado, aún no lo que carece de relación con el presente. Pero esa experiencia de memoria solo es posible en un sujeto inactivo, no en aquel dedicado a la acción presente.

Es interesante el ejercicio de suponer un hombre que todo lo recuerda, como lo han hecho Nietzche o Borges, porque un hombre que no olvida es como uno que no duerme. Nietzsche avanza aún más en la idea: “Es posible vivir casi sin recuerdos y aún así ser feliz, como el animal, pero es imposible vivir sin olvidar” y hoy parece que esto último es la práctica habitual.

Las películas en las que los personajes pierden su capacidad de recordar son un género en sí mismo en la actualidad, en esa desmemoria se pierde la capacidad de ser del sujeto, al decir del neurólogo Martin Camarotta “somos lo que recordamos que somos”. La memoria parece instalarse actualmente en lo tecnológico, en las memorias que servirán de auxilio para el recuerdo; mientras que la farmacología y la medicina exploran la posibilidad de borrar nuestros recuerdos, al menos ser selectivos en ese deleteo; una droga para borrar recuerdos vendería más que el Viagra o el Prozac.

La afirmación en la metáfora de Roma estimuló la escritura de los diarios íntimos en un ejercicio de introspección y de retrospección para reconstruir una totalidad en base a ese pasado disperso en el tiempo. Hoy no solo conspira la destemporalización sino también una tendencia clara a la destotalización y a la fragmentación.

¿Cuál es la función actual del diario íntimo? En este tiempo del ahora, del mosaico, del presente congelado, lo instantáneo y las memorias artificiales, no tiene función alguna ¿para qué?

En cambio vivimos en una explosión de los blogs en las redes, y un creciente éxito en las biografías en cualquiera de sus formas, que potencian el interés por las vidas ajenas y esencialmente del pasado, ese interés por las vidas privadas que también explota la televisión.

Los blogs no son diarios íntimos sino diarios éxtimos, hechos para ser expuestos, tiempo congelados del pasado, fotografías de vida detenida, infinitas cápsulas de tiempo detenido, “prolijas colecciones de tiempo presente ordenados cronológicamente”. Incluso aquellos blogs ya se reemplazan por los microblogs de escasos caracteres y solo fotografía, relatos instantáneos, breves, presentes.

Estas construcciones pueden ser parciales, puede haber las llamadas “identidades de vacaciones”, temporales. Los perfiles se cambian, se cambian las fotografías. Las páginas se ordenan con la última entrada por encima y las más viejas van quedando por debajo.

Esta práctica afecta dos ideas muy poderosas la de la muerte y la de la eternidad.

En la modernidad burguesa la muerte dejó de ser un espectáculo público para ser expulsada del mundo de los vivos e incluirse dentro de los actos privados, recubierta de secretos y pudores.

En los blogs la muerte no aparece, ni se supone, no es una sucesión de hechos que supongan la existencia de la muerte. La vieja novela que los modernos devoraban buscaba el sentido de la vida, sus historias tenían ese objetivo, los blogs carecen de esa búsqueda.

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[1] Sibilia, Paula, La Intimidad como Espectáculo. Buenos Aires, FCE, 2013

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